extrañó al ver el rostro del pintor ligeramente sonrosado y animoso, a pesar de la progresiva delgadez y de aquella mirada hundida y azufrosa de las últimas semanas. Todo el cuarto mostraba un gran equilibrio. También el rostro del que lo habitaba. Nada más lejos de la encorvada y apresurada salida de Peter de la cabina telefónica hacia su habitación que aquella atmósfera de sosiego fértil que ahora parecía respirarse a su alrededor. En medio del cuarto, sobre la mesita --como lo