Sólo mis ojos se volvían, a veces, del vaso en dirección a la plaza. Poca luz, mucha humedad, escasas huellas en la nieve que se fundía, estrellas que se reflejaban en las fuentes rebosantes de agua helada... Notaba cada vez más pesada mi cabeza, a pesar de que los nervios, uno a uno, recibían también las campanadas terribles con una mezcla de placer y de dolor, como una condena no lo suficientemente mortal. Algo tenía que sacudir,