al banco observé con estupor que alguien había golpeado furiosamente la estatua, probablemente con una barra de acero. Alguien -antes de partir- había cercenado la cabeza de la Venus, que descansaba sobre las losas del suelo destrozada, pero conservando aún no sé qué dolorido y bello rictus en sus labios borrosos...» 3 El día siguiente amaneció limpio y soleado en el balneario, pero la tormenta de la noche anterior parecía haber hecho mella en el ánimo de todos los residentes.