alguno serlo para sentirme latir las sienes en una ola de ira, de repugnancia y de sonrojo ante el espectáculo de Nancy Reagan en la jura de su esposo. Si puede haber en el mundo alguna expresión del rostro humano que merezca llamarse vomitiva, es esa expresión de devoción, de incondicionalidad, de entrega, de deliquio, de éxtasis con la que Nancy Reagan fija los ojos en su dueño y señor en el preciso instante de su triunfo supremo y su