lele sino a que cuide de su propia monta, sin perderle la cara ni un instante a la peligrosa bestia que cabalga, manteniendola siempre bien sujeta al castigo y sometida al freno. Plantarle cara a la tortura es no olvidar que cualquier incondicionada obcecación a ultranza en la empecinada convicción de que, con todo, no habría cosa peor que ser descabalgado y suplantado en la silla del poder, ya sea por el antiguo detentor o por cualquier nuevo jinete,