y aunque sea bajo la figura de derrotado-, el diablo es siempre engorroso y hasta embarazoso para el monoteísmo, pero en cuanto malo le es, en última instancia, imprescindible. La oscilación viene a ser como si Dios, deseando e intentando reiteradamente descansar de la pelea, en la plenitud de su excluyente y única existencia, como un definitivo y aboluto vencedor, cada vez que se entregase a tal reposo advirtiese al punto que la paz es el desvanecimiento y la