melo? ¿Sabías que se podía quemar viva?" Ante aquella posibilidad que ella me recordaba cada día, yo misma me llenaba de espanto, imaginando a la pobre niña muriendo entre las llamas, cosa que, desde luego, jamás deseé. Sus preguntas me herían y me hacían sentirme injustamente acusada. Pero no podía defenderme. Mis actos habían sido ya demasiado elocuentes. Enmudecía y escapaba de ella cuando no podía resistir más. Josefa era muy severa conmigo