lanoslo y cultural de que goza el Renacimiento, o lo que es lo mismo, la estólida cerrazón crítica que ante él mantienen los siervos de la historia -los eternos meapilas de todo vencedor-, es de tal magnitud que quien se enfrenta, atreviendose a decir una palabra que no sea puramente piadosa por los vencidos de Villalar, a la obtusa y arrogante convicción del fanatismo prorrenacentista, no debe esperar sino que caiga sobre sus espaldas, ideológicamente, una derrota