sin que quede memoria de un acto de elección o de un momento de albedrío, si es que los hubo realmente alguna vez. El peculiar farisaísmo, casi profesional, de la política se ve en la inclinación a acreditarse y a recomendarse al público no por la cualidad, sino por la identidad antagónica en la lucha. El contra quién, ni siquiera el contra qué, suele ser para el público la más segura y fiable de las definiciones.