lo que empezaba a temblar. Después, cuando volviste a encender la lámpara y me dijiste que ya habías escondido la manecilla, entorné los ojos y clavé mi mirada en el péndulo, como te había visto hacer a ti. No se movía absolutamente nada. Pero yo estaba decidida a permanecer en aquella misma quietud, sin pestañear siquiera, hasta que la fuerza apareciera, tardara lo que tardase. Escuchaba tu voz, siempre como un susurro: "Cuando tu mente esté