y la quietud que reinaba entre nosotros era absoluta. Me sumergí entonces en aquel rito que ya conocía, siguiendo las direcciones que el péndulo me señalaba, deteniendome de vez en cuando, según tus indicaciones, hasta que empecé a notar los giros esperados, muy suaves al principio y más abiertos y violentos al final. Entonces levanté la cabeza. Aquellos hombres me contemplaban con curiosidad y asombro. Yo les había perdido el miedo. Recuerdo que les miré fijamente y, como