por ese terror mío de siempre que tú tan bien conocías. Recuerdo aquellas figuras lóbregas que tú me mostrabas interpretandolas para mí. Buscabas para ello escenarios aislados, perdidos en la noche, donde nadie pudiera socorrerme. Aún no he olvidado aquella vez que caminabas decidido delante de mí, conduciendome a tu juego tenebroso y con el absurdo aliciente de sorprender a un topo en su agujero. Lo que no puedo recordar son las persuasivas palabras que utilizarías para que yo te siguiera