((Llorando.)) ¡Ay, qué confusión en mi cerebro! ANAIS.- Pobre Zoé. Perdoname. Dejame que palpe otra vez. (...) Oh, sí, qué prodigio, se mueve. Noto incluso que estás nerviosa, excitada. Claro está. No me niegues que, en este sentido, no te sientes otra. Más rara. Más... larga. ZOÉ.- ¡Retira esa mano! Me harás morir de la vergüenza