con Storitz, contestar con la cabeza a sus preguntas inaudibles, reír regocijada sus chistes. La veía fingirse ofendida y quejarse ante él o pedirle entristecida su infame apoyo. La veía también elegir las flores más bellas y comérselas con gesto goloso e infantil. Por la noche todo seguía igual, pero Miguel no tardó en detectar el hedor que la abuela despedía, sentada entre sus plantas. En aquella ocasión permaneció poco tiempo observandola, porque ella advirtió