niebla baja que impregnaba la atmósfera de una humedad pegadiza. Salí al jardín y el aire mojado se agarraba a mi garganta. Juana aún no había llegado. Deseé volver al calor de mi cama y a la relativa seguridad que me proporcionaban los objetos familiares de mi dormitorio. De pronto vi algo que parecía una cabeza ajustada en uno de los triángulos de la balaustrada. ¿Y si no es Juana?, pensé. Recuerdo que temblaba de pies a cabeza y que me