lo menos un verano... ¿Y por qué no hasta la castañada?» Ese pensamiento le da un aire de seguridad que Renato atribuye al mbiscu y que le anima a canturrear mientras fregotea. El hijo le ayuda y cuando han terminado pasan a la alcobita y se inclinan sobre el sueño tranquilo del tesoro. Salen y, a punto de separarse en el pasillo hacia sus cuartos respectivos, el cruce de miradas les echa a uno en brazos del otro. Es un