una ducha rápida, si quieres, y que dejes para otra ocasión la hermosísima historia que me estabas endilgando. Cuando salí de la ducha las rodillas no me sostenían, pero me sentía un hombre nuevo. La Emilia había terminado de vestirse y yo, ante la imposibilidad de hacer otro tanto y como fuera que la calle a esa hora ya estaba bastante concurrida, hube de envolverme en una sábana y anudarme una toalla a la cabeza, contando con pasar por