el habla, Madonna, su habla! Ya se sabe que el italiano es demasiado bonito para resultar de hombre, pero pronunciado como lo hacía él, con todas las sílabas muy remarcadas y tanta cantilena, resultaba odioso.» Se lavó las manos al llegar y al salir: ¡cómo le ofrecía Andrea la toalla! Como los monaguillos presentando las vinajeras al cura; como si aquel tío fuera un santo. «¡Claro, es que a Andrea le gusta!»