cuando no sabía a dónde ir hasta la hora del almuerzo. Decide entrar, con repentinos deseos de ver de nuevo a aquellos etruscos. Pues no les ha olvidado. Incluso preguntó a Andrea, que le prestó un grueso libro, recomendandole mucho su cuidadoso manejo. -Es un libro de arte, papá; no debe abrirlo nunca más de noventa grados. Quiero decir: así. Lleno de etruscos estaba el libro, ciertamente, pero no le impresionaron. Eran