: --¿Dónde coño nos estamos metiendo, amigo mío? A lo que no supe qué responder, ni siquiera para mis adentros. Pero no era cosa de echarse atrás, por lo que hicimos ambos de tripas corazón y avanzamos hacia la palaciega entrada. Antes de que las puertas del edificio se deslizaran sumisas ante nuestra presencia, accionadas por una célula fotoeléctrica que, avizora, nos vio llegar y, diligente, se puso en funcionamiento, tuve ocasión de ver reflejado