viciando su imaginación --dijo. La abuela estuvo más de dos horas intentando consolarle. Le acariciaba la cabeza, le repetía tranquilízate, mi niño, le decía que no había pasado nada, que intentara dormir, el sueño lo arregla todo. Recordó la mirada triste de su hijo y Miguel, después de haber oído sus comentarios, repuso quejumbroso: «Mi padre no tenía los ojos tristes». Ella dijo también que de política no se debe hablar nunca, y