y, al fijarse, también le resulta notable el perfil aguileño con bigote y la tez oscura del conductor. Que, por cierto, se despide con un beso de alguien sentado a su lado y a punto de apearse. Cambia el color del semáforo y el viejo empieza a cruzar el Corso, mientras el coche arranca veloz y en la acera queda su pasajero. Se trata de una mujer, claro, y nada menos que de la señora Maddalena, plantada en
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