esta guerra... ¡Qué pronto comprendiste que soy tu compañero, niño mío!» Se calza lentamente los gruesos calcetines y coge su manta. No hace frío en el piso calentado, pero sin ella se sentiría vulnerable. Siempre le acompañó en los grandes empeños y éste es otro: salvar al niño de la soledad. Avanza por el pasillo con felina pisada y se detiene ante la entrecerrada puerta de la alcobita. Por la rendija escapa la luz rojiza de la mariposa eléctrica