La conversación con el conocido llevó su tiempo. Mientras esperaba el resultado, no pude menos que notar que la cara de Laborde progresivamente se ensombrecía. Cortó, giró hacia mí y sacudiendo lentamente la cabeza declaró: --Me lavo las manos. --¿Se puede saber por qué? --Están furiosos. Acometió en plena calle y, óigame bien, por la espalda, a un derviche. --¿A un derviche? --Aullador, para colmo. Aquí no