eran de tierra.) Si mal no recuerdo, por la avenida San Martín salí de Buenos Aires. No tardé en tomarle la mano al coche. Al principio fui más bien prudente, pero a la altura de San Miguel noté que no había auto que no dejara atrás y entré a Pilar manejando con insolencia, como si gritara: «Abran paso, acá voy yo.» Es verdad que no había a quién gritar. Toda la gente debía de estar metida