se mayores y experimenta una viciosa satisfacción en aliviar la vejiga sobre el cuenco esmaltado, coqueto e íntimo como una venera, de los hoteles de cinco estrellas. Después, omite a menudo, contra toda norma de higiene y buen gusto, lavarse las manos; se las frota tan sólo con la toalla y, mecánicamente, es casi un rito, coge la lima de las uñas. Esta vez, en lugar de pulirlas junto al espejo había vuelto a la habitación