Allí se quedó tumbada y estupefacta, sin tiempo de reaccionar, porque Jano se arrojó a su lado, la agarró por los hombros y le dijo zarandeándola: --Pero ¿puede saberse qué quieres de mí? ¿Por qué juegas conmigo de esta manera? ¿Quién eres? ¿Quién eres tú? Repitió dos veces esta última pregunta al ver una gota de extrañeza o de miedo, que nunca había visto antes, en los grandes ojos azules de la muchacha