su pierna de metal. (Se levanta y camina, ayudado como siempre por su bastón.) Ésta. (Ríe.) ¡La patachula! (Un grotesco bailecillo. Se detiene ante ellos.) El muñón dejó de molestarle. Tampoco le duelen ya... los otros feísimos costurones de la metralla. (Lento.) No hay mujer que le quiera y tampoco él lo intenta. (Se acerca a la mesa y se sienta.) Sin embargo,