que nacía de la inminente partida de la muchacha. Sintió la necesidad de verla en seguida y comprendió cuánto había sido el tiempo perdido. Silbó al perro, que de ningún modo parecía querer desprenderse de él, y lo guió hacia uno de los almacenes en los que se guardaba la leña. Cuando llegaron lo hizo pasar y luego lo dejó encerrado con llave. El perro quedó dentro, aullando apagada y lastimeramente. Al encerrar al perro Jano parecía haber aprisionado su