regresaste enfurecido, gritando por toda la casa. Ella se quedó entre nosotros. Esta vez venía silenciosa y taciturna y creo que se negaba a rezar por ti. Había adelgazado y sus ojos se habían abierto desmesuradamente. Ya no cubría con un velo sus cabellos y, por las noches, revoloteaba por la casa como un pájaro de mal agüero. Aunque nunca la quise, se despertó en mí en sentimiento desapacible hacia ella, mezcla de temor y de lástima. Tú