. El viejo saborea ese nombre y corresponde: -Yo, Salvatore. Apenas vacila un instante, añadiendo: -Pero usted llameme Bruno... Y, digame, ¿ se pasea otros días por aquí ? «¡Se marcha! ¡ Se va a Roma! » El viejo se ha despertado con ese alegre estribillo en la cabeza. Lo sigue musitando mientras pone su café matutino al fuego. «De fuego, nada», piensa una vez más, comparando