había detenido siquiera a rechazar las hirientes confesiones hechas para humillar al amigo muerto. Porque, en el fondo --tuvo que admitirlo--, estaba de acuerdo. También él podía haber reconstruido la desmañada estampa del muchacho que todo lo aprendió con ellos dos. Genoveva había hablado en las claves de un código que él creía olvidado, y había caído en la trampa. Pero no era más que eso: una trampa.