el abuelo era alto como un príncipe y, cuando joven, había tenido también los ojos tristes. Pero ahora Miguel debía dormir si quería curarse cuanto antes. ¿Sabía decir sus oraciones él solito, o tal vez no había aprendido todavía a hablar? ¿Se le había comido la lengua el gato? El niño negó con la cabeza y bajó la vista sonriendo. Por las noches sudaba mucho y algunas veces se despertaba tosiendo. Otras veces tosía dentro del sueño y