que, mientras la abuela permaneciera internada, hiciera compañía a Miguel cuando Onésima no estuviera en casa. El profesor accedió y aquellos días pasaron muchas horas juntos: conversaban, leían, escuchaban música, cocinaban. Emplearon una tarde entera en colocar manzanas por todos los rincones para que la casa oliera a naturaleza, y el niño se decía con Morgan da gusto vivir, él nunca me prohíbe nada. Durante esos días las incursiones del abuelo alcanzaron una frecuencia inusitada. Ellos solían oír