habitual. --¡No me diga! --respondió la muchacha, alzando la cabeza y mirandola insolente desde arriba. Fue una escena insignificante y había sucedido en mi presencia, hacía apenas unas dos horas. Recordé también a Bene marchandose airada, sin despedirse, contoneándose sobre unos altísimos tacones que llevaba con asombrosa naturalidad. A pesar de mi corta edad, podía comprender perfectamente el sentido de aquella prohibición. Ya antes había advertido cómo tía Elisa procuraba alejarla