un cuerpo encendido podía hacer arder la flor negra de cualquier condena, de cualquier amenaza. Ardían los cuerpos fundidos y, al arder, quemaban el último tiempo en el balneario, la primera luz de la mañana. Un nuevo vehículo partió del jardín después de comer. Betina abandonaba el balneario acompañada por su padre para comenzar en la capital su primer curso en la Universidad. Ella sí volvió la cabeza al arrancar el coche para sonreír al grupo que salió a despedirla.