me Recogimos de salida el maletín y, ya en la puerta, echó una última ojeada al piso entre cuyos tabiques tanta dicha me había sido dada, porque, aunque estaba convencido de que en el futuro, cuando las cosas se hubieran arreglado, iba yo a visitarlo con frecuencia, no podía desechar del todo la premonición, hija de mi vida y otras tristezas, de que quizá lo estaba viendo por última vez.